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Comunicación en tiempos de crisis: Todo puede ser mejor

30 Junio 2020

Entonces si aceptamos como válida la “nueva normalidad, el “retorno seguro” y la actual “leve mejoría”, es porque somos receptores pasivos de un mensaje que viene diseñado desde la ausencia de sentido de realidad. Nos dejamos anestesiar.

Ignacia Imboden >
authenticated user Corresponsal Corresponsal Ciudadano

Por Gabriela Verdugo e Ignacia Imboden

Instantaneidad, el vértigo ante el hecho noticioso consumido a gran velocidad por redes sociales, donde la percepción pareciera que adquiere un valor mayor que la realidad. Bombardeo de hechos noticiosos, muchas veces maquillados en exceso de rutilante espectáculo informativo, donde se pierde el tema de fondo, donde el respeto por la fuente se desvanece: como en el caso de Don Ricardo, de 75 años, llorando en vivo por un matinal en televisión abierta, porque un empresario, que a su vez es representante de todo el empresariado chileno, le ofrece trabajo post pandemia. Desde el estudio periodistas celebran, aplauden y señalan “¡Bien Ricardo!”, porque a sus 75 años y cuando pase la pandemia, podrá salir de la absoluta pobreza de un Estado que lo mantiene sobreviviendo con pensión de miseria.

El mundo al revés, la pérdida del sentido de la realidad, así es el escenario comunicacional de post verdad, fake news y derrumbe de medios de comunicación tradicionales en el que nos encontramos.

La comunicación en tiempos de crisis, desde octubre y luego marzo con más fuerza, pero sin duda desde siempre, nos presenta mensajes que nos han sumido en una progresiva desesperanza. Los mensajes oficiales nos hace sentir engañados, desprotegidos y abusados. 

¿Qué pasa en la comunicación, cómo se corrió tanto la línea de la manipulación mediática que ya resulta evidente? 

Estamos asistiendo a una brutal vulgarización en la forma de comunicar.

Entre la realidad gubernamental y de grupos de poder, y la realidad dinámica del contexto, aparece frágil como el filo de la navaja, la comunicación de riesgo, que intenta visibilizar que hoy más que nunca, observar y generar contenidos sobre temas claves ante las audiencias, públicos y lectorías son actividades imperiosas.

¿Se trata entonces de salir de cacería en el transporte público por si encontramos a incautos ciudadanos sin sus mascarillas? ¿Se trata de ir al encuentro de desalmados vendedores ambulantes que pretenden vender como coleros en ferias libres y mostrar ojalá en vivo su detención? Tal vez cierto segmento de la prensa encontró el éxito desde octubre en las imágenes de militares buscando ciudadanos regresando a sus hogares tras masivas manifestaciones al borde del toque de queda.

No son esas imágenes las que se necesitan imperiosamente en tiempos de comunicación de crisis.

Se ha hecho bastante gracias a voces expertas en comunicación que se levantan desde los canales no oficiales.

Sufrimos un bloqueo comunicacional como país, pero nos podemos centrar en ejemplos positivos de comunicación.

Actualmente vemos en redes sociales, en medios electrónicos e incluso en medios tradicionales que liberan contenidos en redes, a decenas y centenares de columnistas por todo el país, escribiendo, y opinando sobre temas heterogéneos. Un fenómeno interesante nunca antes visto. Si miramos nuestra historia reciente, debemos recordar a un periodismo muy activo en dictadura, que logró sobrevivir a la opresión de agentes del Estado y a la permanente censura.

A la vez observamos el mundo de los medios de comunicación comunitarios, altamente conectados con la realidad de sus territorios, sobreviviendo a nula financiación, precarizados, defendiendo el derecho a la información local, dando voz a grupos vulnerados y excluidos, apoyando la articulación ciudadana de base. Ellos han sido claves para el éxito de organización de cientos de ollas comunes que hemos visto con fuerza desplegadas por Chile en estas últimas semanas. 

Porque sin ir más lejos, el hambre es una desoladora noticia por estos días.

Pero hablamos de desoladora noticia, no de esa extensa nota de prensa que da

toques románticos a las acciones en que “el pueblo ayuda al pueblo”. No hay nada romántico en eso. Es la épica de la sobrevivencia. Es nuestra historia repetida millones de veces. Es la desigualdad por sobre la desigualdad.

¿Por qué proliferan entonces estos mensajes con tanta carga de distorsión?

En comunicaciones, este análisis nos lleva a la zona oscura de los mensajes. Mientras más inconsistentes son los mensajes más errática será la recepción del fondo del contenido. 

Entonces si aceptamos como válida la “nueva normalidad, el “retorno seguro” y la actual “leve mejoría”, es porque somos receptores pasivos de un mensaje que viene diseñado desde la ausencia de sentido de realidad. Nos dejamos anestesiar.

En momentos de crisis como los que estamos viviendo, debe haber información entregada sin parafernalia, sin adjetivo ni juicio. La ansiedad, o el pánico que se pueden generar por la inconsistencia de la información, es directamente proporcional al analfabetismo informativo de la ciudadanía, a la anestesia que inyecta el espectáculo informativo, y esto es, una vez más, consecuencia de lo mismo, un círculo vicioso que nos mantiene insensibles.

La "limpieza" comunicacional permitiría mantener el margen que restringe la difusión de información que siembra pánico o alimenta post verdades.

Para que la infodemia baje su curva, los medios deben ayudar a las audiencias tomando decisiones respecto de los contenidos y la forma en que los presenta. La utilidad que la información pueda tener para la comunidad es la reflexión que puede iluminar dichas decisiones.

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