Crisis, ollas y el fracaso del modelo

04 Junio 2020

Nadie quedará fuera de este momento decisivo, en medio de la espesa niebla que nos cubre, como Hamlet deberemos preguntarnos ser o no ser …y ¿qué ser?

Ignacia Imboden >
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Por Jenny Arriaza e Ignacia Imboden

La palabra crisis viene del griego krisis, que significa juicio, decisión, la crisis es un momento en el cual pensamos y decidimos, seguimos, cambiamos, la crisis es el lugar de la definición.

Hablamos actualmente de una crisis sanitaria, económica, social y alimentaria, transversal y global. 

Nadie quedará fuera de este momento decisivo, en medio de la espesa niebla que nos cubre, como Hamlet deberemos preguntarnos ser o no ser …y ¿qué ser?

Lo bello de la crisis, es que sucede dentro y fuera de nosotros, por ende, hay elecciones que podremos hacer respecto de nosotros mismos y otras que deberemos tomar como grupo. Entre las decisiones que podemos tomar en este tiempo de crisis, parece ser que sumarse a la comunidad es la más urgente. Esta crisis nos muestra que nuestras elecciones interiores solo son sustentables si son coherentes con la acción del conjunto.

La urgencia del retorno a la tribu, al sentido de pertenencia, por una parte se manifiesta hoy en la proliferación de ollas comunes, expresión de solidaridad y de genuino interés por ayudar a la sobrevivida del Otro. Por otra, la olla común es el paradigma actual del fracaso del modelo.

Ya no bastó con la ayuda aséptica y remota, la lógica de que mi bienestar chorrea por medio de la beneficencia, eso no es comunidad. Antigua lógica del patriarcado, proveo, pero no me hago cargo. Mujeres nos recuerdan una y otra vez que la comunidad debe ocuparse de los niños, de los ancianos, de las diversidades y darle a cada uno la dignidad necesaria a la pertenencia de un todo. Vemos que la mujer en Chile está forzada a retirarse de la vida laboral antes que el hombre, pues se hace cargo de nietos, abuelos y padres.

La figura paterna del Estado, optó por favorecer al más fuerte, ley de la selva en un mundo utilitario, quienes en su mirada parecen menos productivos: “las cargas”, los diferentes, los insatisfactorios, los que nos sentimos incómodos con el modelo  machista, racista, heteronormativo y capitalista, los que no aceptamos la competencia, la exclusión y el  exitismo como fuentes de felicidad, nos vemos desprotegidos.

La necesidad de crear comunidad es un impulso auténtico que se mantiene en constante tensión con la obligación sistémica de funcionar individualmente. En tiempos de relativa bonanza, es posible que el individualismo se ofrezca como una buena alternativa, parece lógico y satisfactorio pensar cosas como que el sistema de salud que “devuelve” excedentes es mejor respecto de otro que utiliza los excedentes para sostener a quienes no generan aportes sustanciales. Sin embargo, hoy observamos que al menor movimiento que desestabilice el sistema, este comienza a enrostrarnos la falta de sustentabilidad del individualismo.

Sin ánimo de sonar sexista, no nos puede sorprender la idea de que sean las mujeres quienes-una vez más en la Historia de la humanidad- mantengan el impulso de construir comunidad generando sistemas de apoyo solidario. Las ollas comunes no son nuevas, una historia que se remonta a 1930, muy potente en dictadura, no son tampoco la única forma de soporte, cuando la fragilidad del sistema está en su fase “invisible”, las redes de apoyo a los más vulnerables siempre quedan activas. En terremotos, inundaciones, aluviones y todas las catástrofes a las que estamos acostumbrados, se hace visible esta red de apoyo paralela a la acción del Estado.

El modelo individualista, fracasa frente a las redes sostenidas principalmente por mujeres quienes consientes de la falla del sistema, no se distraen con la imagen del éxito del individualismo y actúan de acuerdo a la única lógica que permitirá a muchos de nosotros salir vivos de la crisis actual: cuidar del otro, simplemente por existir. Esto tal vez sea la raíz de la potencia sostenida del movimiento feminista. 

Es bueno saber que hay un mundo paralelo al patriarcado que siempre ha existido, la clandestinidad de “la otra forma” , presente en el cuidado de niños ajenos, en la preocupación por la salud de la vecina anciana, en la aceptación de las diferencias. Está ahí y todos lo hemos practicado alguna vez.

En este estado de aparente “suspensión del presente”, estamos viendo pasar frente a nosotros todas las señas del fracaso del Estado y del modelo que lo guía, debemos ser capaces de ver las claves de lo que nos permitirá proyectar de manera positiva el impulso del retorno a la tribu. Pues la potencia a la que nos referimos, esa capacidad de mantener activa la comunidad, es real, desde tiempos remotos y si hoy podemos cuestionar el modelo, es también gracias a todas esas mujeres que nos han mostrado desde siempre que un mundo más amable es posible. 

La revolución será feminista o no será y el feminismo solo puede ser inclusivo o no es.

Foto: Huawei / Agencia Uno