La fe, la plaga y el optimismo distópico

La fe, la plaga y el optimismo distópico

01 Abril 2020

Los filósofos actuales son consultados sobre sus interpretaciones de la contingencia y posibles repercusiones futuras, pero no hay consenso en si habrá o no un cambio de paradigma. Estamos en plena paradoja de Schrödinger, el modelo está vivo y muerto a la vez.

Ignacia Imboden >
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Por Ignacia Imboden

Desde este pequeño pedazo del fin del mundo hemos ido observando el avance desde “el lejano oriente”, de esta pandemia y sus consecuencias. Mientras sube la marea y se agolpa la información en redes, conocemos cifras, estadísticas y diversos tipos de análisis. Nos llegan “llamados desde el futuro”, nos aconsejan que no cometamos los errores de los países que están resistiendo el duro golpe de la muerte en masa. Pero también estamos observando a lo lejos las diferentes estrategias que los estados aplican para paliar la crisis paralela, la inevitable crisis económica. 

Los filósofos actuales son consultados sobre sus interpretaciones de la contingencia y posibles repercusiones futuras, pero no hay consenso en si habrá o no un cambio de paradigma. Estamos en plena paradoja de Schrödinger, el modelo está vivo y muerto a la vez.

En el mundo paralelo de las redes, en determinado punto, comenzó a circular una serie de imágenes de cómo el mundo salvaje se acercaba a la ciudad gracias al silencio y a las calles vacías. Eso dio pie para que nuestra ingenuidad diera rienda suelta a la imaginación y visualizáramos un futuro en que gracias al crudo golpe asestado al ego del sistema, resurgiríamos renovados y liberados de las ataduras del consumo. Modificaríamos cada uno de nuestros pasos, tanto en lo individual como en lo colectivo. De hecho, algunas medidas tomadas por países del primer mundo, de esos que tiene una larga historia de resiliencia, nos llenaron de ilusión ¿será que en algún momento nuestro gobierno nos diga que no estamos solos? ¿que el empleo será protegido por el Estado?. Casi al mismo tiempo en que resultaron fake muchas de esas imágenes, aquí en Chile la realidad comenzó a abofetearnos fuertemente. Mientras pasan los días, los números aumentan y nuestro instinto telúrico nos hace soñar esa ola que está por reventarnos encima.

Resulta cada vez más lejana la imagen de esa sociedad post pandemia en que lo colectivo tendría otra valoración, en que repensaríamos el uso de los recursos naturales y el patriarcado y su modelo quedarían para el análisis histórico. Lamentablemente nuestra clase dirigente rema fuerte en la dirección opuesta, las medidas tomadas desprotegen a los trabajadores y optan por consumir los fondos de cesantía, las utilidades de las AFP no se tocan. La resistencia del gobierno a decretar cuarentena obligatoria en los lugares con más contagios y la lentitud con que se han cerrado ciertos servicios, nos muestran un país en que trabajar es más importante que la vida, como el producir para generar ganancias y consumir. 

No nos dejaron solos, es verdad, tenemos encima a un grupo de personas con nombre y apellido, oprimiendo a trabajadores, padres e incluso a niños, que pese a este escenario claramente incierto, tienen que pasar horas tratando de lograr el famoso colegio a distancia, mientras uno o ambos padres tele trabaja y realizan labores domésticas al mismo tiempo, en el peor de los casos con ambos padres obligados a salir a la calle a trabajar y ellos, los niños, guardando la angustia de no saber si la salud resistirá. Violencia y opresión.

Podría describir un mundo muy orwelliano surgido de nuestra realidad, pero antes quiero que nos imaginemos cómo será, en este contexto, el primer día después de que se levante la cuarentena. 

Yo quisiera imaginar que la pérdida de vidas no sea tan dantesca, pero aun ni siquiera sabemos en qué etapa del contagio estamos – las cifras no son claras-. Así que volvamos a ese incierto “Día después de” ¿Cómo lo ven? ¿Qué creen que se esperará de la ciudadanía? ¿Cómo se hará la reincorporación a los colegios? ¿Habrá duelo?

La distancia es tan grande entre quienes gobiernan y las personas comunes, la desconexión es tan grotesca que pareciera que para tener ese respiro después del horror, tendremos que pelear. Lo que estamos viviendo nos muestra justo cómo resiste el sistema en este rincón del mundo que resulta ser el rincón más ideologizado del neoliberalismo. No solo habrá que pelear la legalidad de las desvinculaciones laborales, tendremos que pelear para que se nos respete el dolor.

Preferiría seguir en esa etapa en que todo anunciaba un mundo nuevo y bueno, ese mundo con el que soñamos, ese que surge de la oportunidad de repensar, y cuestionar nuestra forma de vivir, pero recuerdo que no fue necesaria una pandemia para que estos cuestionamientos surgieran, los tenemos desde hace bastante tiempo. Tampoco han bastado los incendios en la Amazonia y Australia, los envenenamientos masivos en Ventanas o el levantamiento social de Octubre para detener esta locura de sistema. La pandemia nos remece, pero al parecer, este rincón del mundo se resiste a encajar el golpe. Pareciera incluso que depositamos en el COVID-19, la plaga, fe en una capacidad transformadora que no tiene realmente.

Claramente, el día después de mañana tendrá como primer trabajo sacudirse del lomo a ese mono que nos tiene furiosos. Efectivamente no bastan los golpes, hace falta mucho trabajo, mucha coordinación, cooperación y determinación para tocar el modelo. Hace falta sobrepasar el miedo y mantener la fuerza logrando en el proceso constituyente dejar de manifiesto que este modelo debe morir.